Reconocer que nos cuesta adaptarnos a los cambios, ya es una manera de ayudar en la gestión emocional familiar. Aprobar todas las emociones y validarlas es lo principal.
Preguntarnos a nosotros mismos cómo nos sentimos y poder nombrar y explicar con palabras lo que estamos experimentando emocionalmente nos prepara para hacer lo mismo con nuestros hijos.
Preguntar a nuestro hijo cómo se siente, a través de frases, de juegos, de actividades. Decirle lo que tu estas sintiendo y comentarle lo que estas observando de él de manera objetiva. Por ejemplo, noto que mueves mucho las piernas y te metes los dedos a la boca ¿crees que estas ansioso? O veo que estas cantando feliz, canciones muy alegres ¿te sientes contento? Ningún juicio de valor ni de recriminación, es decir lo que observas y confirmas si sí es correcto lo que estás diciendo, puede que el niño no esté ansioso ni contento y simplemente esté llamando tu atención.
Los niños necesitan la atención de los demás. Los adultos también lo hacemos y raramente lo expresamos directamente diciendo “te necesito y quiero que me dediques un poco de tiempo”. Tu mejor que nadie sabe las formas que tu hijo te lo dice. No necesita palabras y muchas veces son conductas que aceptamos como el niño que se te acerca a la pierna y te abraza y otras veces son conductas que rechazamos como el niño que molesta y daña las cosas.
Lo primero que podemos hacer es entender que debemos validar todas las emociones. Validar las emociones quiere decir que comprendemos lo que sentimos o siente el otro y es la clave fundamental para conectar y para la supervivencia. Todo lo que sentimos o siente nuestro hijo es válido y debemos aceptarlo; y lo que aprendemos a controlar es la forma como reaccionamos.
La alegría y la tristeza son tan buenas una como la otra. La calma y el enfado igual. Sin embargo, reaccionar eufóricamente en un momento y lugar que no corresponde es inadecuado, así como enfurecerse y golpear o dañar.
Abrir un espacio para trabajar las emociones, no necesariamente durante una conversación, puede ser mientras pintan, juegan o leen. Ten en cuenta que los niños tienen una gran capacidad de aprender y de recordar. Seguramente tu mensaje le llegue por los medios que no estas imaginando.
Dar alternativas, por ejemplo, dar un cojín que si se puede golpear o una tabla que si se puede martillar o papel que si se puede romper. Negar siempre las reacciones, crea un conflicto interno que tiende a explotar en otro momento. Redireccionar las conductas y permitir desahogar las emociones donde sí se puede.
Hablar en positivo. En vez de dar una orden “no grites” puedes hacer una invitación a hacer lo adecuado “te invito a que hablemos en un tono tranquilo”. O “no escupas” puedes cambiarlo por “si quieres te acompaño a escupir en el lavamanos”.
Contener en el momento que más nos necesitan. La clave está en intentar aceptar tus emociones y controlar tus reacciones cuando tienes en tus manos a un niño desbordado o descontrolado. Puede que necesite un abrazo o sólo tu presencia.
Trabajar las emociones, como trabajamos cualquier habilidad que queremos que nuestro hijo desarrolle. ¿cómo enseñas los colores o las formas, por ejemplo? Pues nombrar las emociones, explicarlas, reconocerlas nos ayudarán a trabajarlas. Tener un libro de emociones también viene muy bien.